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Serie AngeLuz (selección)

“No sé si, en realidad, fueron ángeles rosados, hadas con labios amarillos, faunos alados azulados o los entrañables unicornios voladores, los de cómplices sonrisas anaranjadas, fieles acompañantes en el camino, incluso pudieron ser ambiguos dragones disfrazados de capirotes, con sus cantos dedicados al arco iris por el que, a diario, transito; lo cierto es que ese ángel, ese querubín coloreado sobre la floresta, creado por ti, Felipe Juan, cuando las fuentes se desbordaron, me dijo tanto, me hizo hacer lo que mis alas me musitaron antes de que los botones cayeran al suelo, uno a uno, haciendo que mi camiseta se volviera en desgarrada bandera de colores, surgiendo las alas, esas que nunca han dejado de abrirse cuando mi mente hacía que las quimeras en verdades se convirtieran, ¡ha tanto de la primera vez que eso sucediera!, volar a su lado, en sus sueños, en tus sueños, en los míos, ha sido, y sigue siendo, el don que más me llena el albedrío, la necesaria presencia de una fantasía en un mundo, el por ti pintado, que tanto de ella necesita.

Hablamos, hace tantos meses de aquellos primeros ángeles, cuando aún no habían utilizado sus alas, cuando aún eran aprendices de seres voladores y hoy veo, con inmensa alegría, tanta que mi cara en fiesta se convierte, como una bandada de ellos surca los cielos que tú te has inventado, deseando en ellos fundirme para juntos poder volar en busca de ese mundo que anuncia que el volar es una premisa indispensable.

 No he pretendido, ¡nunca!, moverme por una angelología de creencias en dioses que al margen se mantienen y sé que tú tampoco y sí por esa que en mi mente se creara, buscando, por medio de los vuelos, el mundo que sólo en tus sueños y en mis sueños se dibuja. Con tus creaciones, Felipe Juan, con esos ángeles custodios o con los condenados a bajar a las enrojecidas praderas, sin que en mi mente, en ningún momento, surgiera el pensar que habían sido condenados y sí liberados, has hecho que aquello que otrora me inventara se convierta en imágenes, por el don que tú posees, que sigan contemplando otros ojos después de que el sol se postre ante la luna que, rendida, a tus colores ilumina.

                                                                  Juan Francisco Santana Domínguez

                                                                                                                              

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